Recuerdo que hace ya muchos años, cuando aún vivíamos en casa de mis abuelos maternos, el estomago me hacia estragos cuando acudía a casa a la hora de comer. No se si era debido a la constante actividad de un niño que siempre estaba jugando y moviéndose o al olor de los guisos de mi madre o de mi abuela, pero creo que son los únicos recuerdos que tengo de pasar hambre.
En esos momentos no me podía contener y metía la mano en la mesa para comer algo, antes de que nos sentásemos a la mesa y que solo ocurría cuando llegaba mi abuelo de la carpintería donde trabajaba. Mi abuela me tenía dicho que eso no estaba bien, y que si quería algo de la mesa, se lo pidiese, que no había que meter la mano en la mesa sin esperar a los demás, ya que había un trabajo de preparación y de orden en la mesa, y que ese trabajo quedaría en evidencia.
Aquella comida nos pertenecía, en tanto era fruto del esfuerzo del trabajo de mi padre y de mi abuelo y máxime en esas condiciones en las que la gusa aparecía, no obstante aprendí a respetar la regla.
Me imagino que cuando alguien tiene acceso a los recursos públicos y tiene hambre ( Hay algunos que no paran de estragarse ) meten la mano donde no deben. El problema es cuanto meten la mano y no tienen a alguien que les reprimende por ello.
Siempre he hablado las cosas en aspecto figurado, así se enfatiza o se hace menos daño directamente, pero el símil de la tarta en el despacho es un buen ejemplo de lo que digo: Si yo fuese goloso por naturaleza y todos los días viese la tarta encima de la mesa de mi despacho, ¿cogería o no cogería un trozo?
Así estamos en España: jodidillos, no porque seamos golosos, sino porque no hay nadie capaz de educarnos y castigarnos si metemos la mano.
Arrivederci
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